Mitos Mexicanos
Este blog fue creado para que los lectores puedan conocer un poco mas sobre los distintos mitos que existen alrededor de la historia de México. En el se podrá encontrar mitos desde la época prehispánica hasta la actualidad.
lunes, 13 de marzo de 2017
Sacrificacion humano, mito y poder entre los mexicas
"SACRIFICIO HUMANO, MITO Y PODER ENTRE LOS MEXICAS "
¿Existieron los sacrificios humanos en Mesoamerica?
frente al carácter polémico he incluso chocante practica de matar de manera de ritual a los seres humanos, han surgido escritos cuyos autores pretenden minimizar y negar la existencia de los sacrificios en el mexico prehispánico.
Los Españoles hubieran clasificado como acto de barbarie para poder justificar la legitimidad de la conquista, sin negar que los autores castellanos llegaron a exagerar enfatizando la crueldad con los indios.
Los antropológicos han analizado de manera minuciosa las diversas marcas que presentan los restos oseos de la victima del sacrificio y han podido determinar el tipo de muerte o ritual que sufrieron; extracción de corazón y decapitación etc.
La practica de sacrificio humano estaba estrechamente vinculada con la guerraque tenia un doble objetivo: conformar grandes unidades políticas y dominar otros pueblos.
Los antiguos mexicanos no mataban a sus enemigos preferían capturarlos, para después rituales complejos sacrificándolos para sus dioses. Los cautivos los llevan a la capital de Mexico-Tenochtitlan, donde desfilaban frente al tlatoani y luego frente a las estatuas de las deidades principales, al llegar a la cima unos sacerdotes lo recostaban en una piedra abombada donde el sacrificador le abría el pecho con un pedernal y luego sacaba el corazon para ofrecerlo a los dioses especialmente al sol.
martes, 7 de marzo de 2017
Y el universo se hizo
Y el universo se hizo
Cuentan los antiguos que Tujku Upa Achá fue el dios
universal que creó a Kurhika K’eri, el Gran Fuego quien, en su enorme
sabiduría, formó cuatro círculos concéntricos para que se prendieran en cada
uno de los rumbos sagrados: el Norte, el Sur, el Este y el Oeste. Asimismo, dio
vida al dios Sol, -por lo tanto creó la luz- Juriata, quien fungió como padre y
vigilante del universo; para que no estuviese solo le dio una esposa, la diosa
Luna, llamada Kutsi, quien estaba encargada de que las plantas germinasen y que
los animales y los humanos nacieran. De la unión marital del Sol y la Luna, se
generaron tres círculos concéntricos que dieron vida a la Madre Naturaleza,
Kuerajperi, la cual tenía como símbolo un disco de oro, diosa sumamente sabia
que dio vida a la Armonía y a Venus, representados por: Mano Napa, “el hijo
movimiento”, también conocido por Mano Uajpa, “el hijo único”; Sirunda Arhani
“pintarse de color negro”; Uaxanoti, el que se sentaba en el patio de los
tlatoanis a esperar órdenes; y K’uanari, “cara de piedra preciosa”.
El dios Kurhika K’eri, el Gran Fuego, le arrojó rayos a Kuerajperi, la Naturaleza, en la frente, el corazón, el vientre, y las manos. Con estos rayos la diosa resultó embarazada, y así surgieron los árboles, los lagos, las montañas, las flores, y los mares; poco después nacieron los animales y, por último, vieron la luz los humanos, quienes recibieron el nombre de Purépecha. Todos los elementos de la Naturaleza la diosa los alumbró encima de la Tierra.
Los Tirhipemencha fueron espíritus de los puntos cardinales y el agua, simbolizada por hermosas nubes. El grupo de los Tirhipemancha estaba formado por Chupi Tirhipeme, Tirhipemi Kaheri, Tirhipemi Xungápeti, Tirhipeme Kuarecha; y Tirhipeme Turupten. El primero, el Señor de la Lluvia Azul, se encontraba al Centro del territorio purépecha, en la isla de la Pacanda. El segundo, El Gran Señor de la Lluvia Negra, vivía en el Sur, en Pareo. El tercero, El Señor Amarillo de la Lluvia, se encontraba en el Norte, en Pechátaro. El cuarto, El Señor Rojo de la Lluvia, se asentaba en el Este, en Kuriangaro. El quinto, El Señor Blanco, habitaba el Oeste, en Urámuko. Otros dioses habían sido creados por los dioses principales: Kuiris Tukupacha, el dios Pato, Tsukur Aue, La que Brota en el Fondo del Agua, Patsim Auae, y la Tía de los Tules.
Nana Kuerajperi, venerada sobre todo en Zinapécuaro, fue la diosa fecunda y engendradora de la fuerza del universo de todos los tiempos, que fungía como una deidad psicopompe entre el dios Kurika K’eri y los mortales. En el Cielo se presentaba como la constelación Tam Hoskua, Cuatro Estrellas, (Cruz de Mayo) morada de los cuatro dioses principales, el lugar donde nace el equilibrio y la armonía del universo entero.
Kurhika K’eri, Juariata, y Kurhika K’eri El Nieto, fueron dioses celestes, estrellas conocidas en occidente como la constelación de Tauro. Dicha constelación tenía la forma del utensilio que los sacerdotes empleaban para manejar el Fuego Sagrado, que recibía el nombre de Parahtakukua. El Gran Sacerdote del Fuego, Kurhita Kaheri, fue el nombre que los purépecha dieron a Venus, el Lucero de la Mañana, también llamado Ureende Kuahuekara, El que Va Adelante. He aquí la cosmovisión celestial de los purépecha.
El dios Kurhika K’eri, el Gran Fuego, le arrojó rayos a Kuerajperi, la Naturaleza, en la frente, el corazón, el vientre, y las manos. Con estos rayos la diosa resultó embarazada, y así surgieron los árboles, los lagos, las montañas, las flores, y los mares; poco después nacieron los animales y, por último, vieron la luz los humanos, quienes recibieron el nombre de Purépecha. Todos los elementos de la Naturaleza la diosa los alumbró encima de la Tierra.
Los Tirhipemencha fueron espíritus de los puntos cardinales y el agua, simbolizada por hermosas nubes. El grupo de los Tirhipemancha estaba formado por Chupi Tirhipeme, Tirhipemi Kaheri, Tirhipemi Xungápeti, Tirhipeme Kuarecha; y Tirhipeme Turupten. El primero, el Señor de la Lluvia Azul, se encontraba al Centro del territorio purépecha, en la isla de la Pacanda. El segundo, El Gran Señor de la Lluvia Negra, vivía en el Sur, en Pareo. El tercero, El Señor Amarillo de la Lluvia, se encontraba en el Norte, en Pechátaro. El cuarto, El Señor Rojo de la Lluvia, se asentaba en el Este, en Kuriangaro. El quinto, El Señor Blanco, habitaba el Oeste, en Urámuko. Otros dioses habían sido creados por los dioses principales: Kuiris Tukupacha, el dios Pato, Tsukur Aue, La que Brota en el Fondo del Agua, Patsim Auae, y la Tía de los Tules.
Nana Kuerajperi, venerada sobre todo en Zinapécuaro, fue la diosa fecunda y engendradora de la fuerza del universo de todos los tiempos, que fungía como una deidad psicopompe entre el dios Kurika K’eri y los mortales. En el Cielo se presentaba como la constelación Tam Hoskua, Cuatro Estrellas, (Cruz de Mayo) morada de los cuatro dioses principales, el lugar donde nace el equilibrio y la armonía del universo entero.
Kurhika K’eri, Juariata, y Kurhika K’eri El Nieto, fueron dioses celestes, estrellas conocidas en occidente como la constelación de Tauro. Dicha constelación tenía la forma del utensilio que los sacerdotes empleaban para manejar el Fuego Sagrado, que recibía el nombre de Parahtakukua. El Gran Sacerdote del Fuego, Kurhita Kaheri, fue el nombre que los purépecha dieron a Venus, el Lucero de la Mañana, también llamado Ureende Kuahuekara, El que Va Adelante. He aquí la cosmovisión celestial de los purépecha.
El Dios Jaguar
El Dios Jaguar
En la cosmovisión mesoamericana el jaguar ha tenido un lugar
sumamente relevante. Los olmecas, los aztecas, y los mayas solían representar a
los hombres con rasgos de jaguar. Simbolizó la noche y la oscuridad, lo oscuro
de la matriz de la Madre Tierra que genera vida. Fue el guardián de las
oscuridades terrestres, y también símbolo del Sol en su recorrido nocturno por
los inframundos subterráneos.
La religión olmeca fue politeísta, sus numerosos dioses representaban elementos de la naturaleza como el sol, el agua la lluvia, los volcanes y los animales. Sin embargo, el meollo de sus creencias estuvo centrado en el culto al hermosísimo jaguar. Para los olmecas, fundadores de la cultura madre de la civilización mesoamericana (1200 a.C.-800 a.C.), asentados en el actual estado de Veracruz, el jaguar constituyó el símbolo principal de su religión; el representante totémico de los espíritus de la naturaleza, la expresión de la mítica raza de los hombres-jaguar. Su simbología se relacionaba con la serpiente acuática, representante del agua de la tierra. Del jaguar y de la serpiente surgió la serpiente-jaguar; es decir, el agua que fecunda la tierra, de la cual surge el maíz, el alimento por excelencia de los hombres. Así pues, el jaguar y la serpiente connotaban la fecundidad y el nacimiento. Sus arquetipos mitológicos por excelencia fueron el jaguar, la serpiente emplumada, el hombre de la cosecha y el espíritu de la lluvia representado por un niño pequeño. El centro de la religión olmeca fue el jaguar, representado en la iconografía realizada en sus esculturas, sus relieves y sus colosales cabezas, y cuya característica sobresaliente fue la boca trapezoidal, de comisuras descendientes, labio superior engrosado y, en muchos casos, con colmillos sumamente pronunciados. Casi todas las figurillas olmecas poseen fuertes rasgos felinos, rasgos de jaguar. Hecho que se apoya en el mito que cuenta que una mujer copuló con un jaguar y de esta copula nacieron los hombres-jaguar. Por ello, se afirma que los olmecas descendían de este felino, y no puede pensarse menos de estos escultores de cabezas monumentales en las que destacan los rasgos típicamente felinos. El llamado dragón olmeca, como se nombra genéricamente a la representación deificada del jaguar, fue esculpido en piedra destacando los rasgos propios de las serpientes, aves, y jaguares. Se trata de un hombre-jaguar-dios con rasgos felinos, de sapo, humanos, y de cocodrilo. A esta deidad se le adoraba en templos ceremoniales y se le dedicaba ofrendas de figurillas antropomorfas y zoomorfas, hachas votivas, collares, orejeras y cerámica.
El Señor de las Limas pertenece al período Preclásico mesoamericano. Se trata de la escultura de un hombre sentado que sostiene en brazos a un niño- jaguar, vinculado a la mitología olmeca. Se encontró en la población de Las Limas, pequeña población del estado de Veracruz. El Señor fue tallado en jadeíta; se trata de una escultura grande en relación al material empleado en su elaboración, con un peso de sesenta kilos. Algunos estudiosos afirman que la escultura fue utilizada por los sacerdotes olmecas como símbolo del origen del mundo y de la cosmovisión ligada al mito de creación. El color verde de la jadeíta remite al los conceptos de vida-muerte, al renacimiento de la naturaleza, y al corazón que permite el tránsito de esta vida al más allá: el corazón de piedra verde. El niño-jaguar que el Señor de las Limas sostiene en brazos simboliza al espíritu de la lluvia, parte indispensable del renacimiento vital.
La religión olmeca fue politeísta, sus numerosos dioses representaban elementos de la naturaleza como el sol, el agua la lluvia, los volcanes y los animales. Sin embargo, el meollo de sus creencias estuvo centrado en el culto al hermosísimo jaguar. Para los olmecas, fundadores de la cultura madre de la civilización mesoamericana (1200 a.C.-800 a.C.), asentados en el actual estado de Veracruz, el jaguar constituyó el símbolo principal de su religión; el representante totémico de los espíritus de la naturaleza, la expresión de la mítica raza de los hombres-jaguar. Su simbología se relacionaba con la serpiente acuática, representante del agua de la tierra. Del jaguar y de la serpiente surgió la serpiente-jaguar; es decir, el agua que fecunda la tierra, de la cual surge el maíz, el alimento por excelencia de los hombres. Así pues, el jaguar y la serpiente connotaban la fecundidad y el nacimiento. Sus arquetipos mitológicos por excelencia fueron el jaguar, la serpiente emplumada, el hombre de la cosecha y el espíritu de la lluvia representado por un niño pequeño. El centro de la religión olmeca fue el jaguar, representado en la iconografía realizada en sus esculturas, sus relieves y sus colosales cabezas, y cuya característica sobresaliente fue la boca trapezoidal, de comisuras descendientes, labio superior engrosado y, en muchos casos, con colmillos sumamente pronunciados. Casi todas las figurillas olmecas poseen fuertes rasgos felinos, rasgos de jaguar. Hecho que se apoya en el mito que cuenta que una mujer copuló con un jaguar y de esta copula nacieron los hombres-jaguar. Por ello, se afirma que los olmecas descendían de este felino, y no puede pensarse menos de estos escultores de cabezas monumentales en las que destacan los rasgos típicamente felinos. El llamado dragón olmeca, como se nombra genéricamente a la representación deificada del jaguar, fue esculpido en piedra destacando los rasgos propios de las serpientes, aves, y jaguares. Se trata de un hombre-jaguar-dios con rasgos felinos, de sapo, humanos, y de cocodrilo. A esta deidad se le adoraba en templos ceremoniales y se le dedicaba ofrendas de figurillas antropomorfas y zoomorfas, hachas votivas, collares, orejeras y cerámica.
El Señor de las Limas pertenece al período Preclásico mesoamericano. Se trata de la escultura de un hombre sentado que sostiene en brazos a un niño- jaguar, vinculado a la mitología olmeca. Se encontró en la población de Las Limas, pequeña población del estado de Veracruz. El Señor fue tallado en jadeíta; se trata de una escultura grande en relación al material empleado en su elaboración, con un peso de sesenta kilos. Algunos estudiosos afirman que la escultura fue utilizada por los sacerdotes olmecas como símbolo del origen del mundo y de la cosmovisión ligada al mito de creación. El color verde de la jadeíta remite al los conceptos de vida-muerte, al renacimiento de la naturaleza, y al corazón que permite el tránsito de esta vida al más allá: el corazón de piedra verde. El niño-jaguar que el Señor de las Limas sostiene en brazos simboliza al espíritu de la lluvia, parte indispensable del renacimiento vital.
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